miércoles, 2 de septiembre de 2009

Estetoscopio

Mi casa siempre estuvo llena de libros. La biblioteca de mi madre que ocupaba toda la sala, se me antojaba imponente, inalcanzable, con títulos extraños y frases ininteligibles a mi edad. Ahí se acumulaban lo mismo literatura universal que textos de farmacología veterinaria, así como colecciones de escritores mexicanos.
Pasaba la mirada por los libreros que alcanzaban el techo. Me ponía a ordenar los libros por tamaño y si lo era posible, por numero. Los hojeaba, leía algunos párrafos tratando de comprender lo que leía, pero no lo lograba. Años después me daría cuenta que había tratado de leer, a los 8 años, textos como: “Naranja mecánica” de Burgess, “El garabato” de Leñero, o “Nana” de Zola.
Pero hubo algunos que si leí.
“Mafalda” me pareció interesante -a los 8 años- porque tenia dibujitos. Comencé a leerlo y se convirtió en mi primer referente de los años 60’s. A “La ley de Herodes”, de Ibargüengoitia igual y no entendí muy bien, pero me reí un poco. “Chin chin el Teporocho” me mostro -además que le valía las reglas ortográficas- el México ácido, vibrante y golpeado del ’68.
Rius, Naranjo, Helioflores, Mordillo, Quino y Fontanarrosa me mostraron que el humor puede ser tan inteligente como tú se lo permitas. Al tiempo que comencé a observar los diversos tipos de chistes que hacían los miembros de mi familia. Algunos eran simplones, otros agresivos, sarcásticos. Pero todos, sin excepción, tenían alguna forma graciosa de expresarse.
Sentirme exiliado de conversaciones familiares, por no expresarme de forma ocurrente, me provoca iniciar la búsqueda de mi propia voz humorística. La considere como la carta obligatoria de presentación ante mi familia, una credencial que me permitiera pertenecer a cualquier círculo social. Ya que, por mas severo que sea algún club, el buen humor es buen presentador. Llegue a imaginarme frente a decenas de mesas de alguna fiesta de alta sociedad, diciendo:
–Buenos días, mi nombre es Eli Rodríguez, tengo 16 años y mi estilo de humor es cínico-simplón aderezado con referencias literarias del Siglo XX.
-Alfredo, ese chico puede bien entenderse con los Chamartín, anda, invítalo a nuestra mesa.
Debía afinar mis comentarios, tener una respuesta divertida en todo momento. Empecé a relacionarme con los humoristas del salón; tenia que aprender esa cualidad que permite contestar con agilidad cualquier comentario. Juntos hacíamos aforismos simpáticos sobre los profesores, historietas burlonas en nuestros cuadernos. Todo lo que provocara risas, lo hacíamos. Incluso, lo mejorábamos.
Asimismo, copiaba tiras cómicas en mis cuadernos, trataba de memorizarlas y trasladarlas a mi realidad. Inclusive a usarlas como parte de mis conversaciones habituales. “Calvin & Hobbes” junto a “Garfield” y la ya mencionada “Mafalda” se convirtieron en la bibliografía de mis citas cotidianas. Día a día aumentaba mi archivo con colaboraciones de mis amigos, revistas, discos y todo aquel texto que llegaba a mis manos.
A fuerza de práctica mi lengua se volvió ágil. La frase exacta en el momento exacto, en eso radica el triunfo de un chiste espontaneo. La modulación de la voz, los gestos, las pausas exactas para dar el énfasis necesario. Un buen contador de chistes es buen orador, que debe ser capaz de convencer a los demás de reírse. Obligarlo a reírse.
Seguía leyendo, buscando, escuchando, desechando y adoptando. Fue cuando di con Agustín Montreal y “La banda de los enanos calvos”. Artículos ácidos, cínicos y sarcásticos. Arremete contra todo y todos. Sin piedad para nadie. Y el Monthy Python y sus películas coronaron el pastel. Ambos me dieron fuertes elementos para mi humor.
Definirme con estas fuentes ayuda, pero no resuelve. Resultara complicado, confuso e inútil encasillarme en alguna categoría, para dar más claridad, citare el comentario de un amigo, cuando observo la forma en la que platicaba con mí novia.
-Mira, te me asemejas a alguien que siempre carga un estetoscopio, y le grita al primero que encuentra sangrando -¡Déjame revisar tu herida!-, corres a el, te acomodas sutilmente a su lado, presionas el aparato hasta hundir la carne viva, mientras finges escuchar la llaga muda. Y mientras raspas la lesión con el instrumento y el se retuerce de dolor, le cuentas un chiste sobre paralíticos.

4 comentarios:

  1. Que profundo eh!, la verdad que bonita infancia, pero no! , no me gusta tu humor sarcástico!
    atte: Susana Cruzalta.

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  2. Me gusta el blog por que se que sigues vivo y por que siempre me recibe depeche mode.

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  3. Esto explica muchas cosas… así que solamente has leído los clásicos en historieta y saltándote las reglas ortográficas jaja
    Me obligas a escribir estilo comic... me retiro atropelladamente
    ZAZ! PUM! WHIP!

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  4. Escribe más seguido (:

    .caracol.sin.casa.

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